Treinta y ocho años es mucho tiempo para ayudarme en silencio y sin nada a cambio. Nunca me has enseñado, siempre has hecho que aprendiera.

Maestra de los maestros

Cuando nos conocimos yo estudiaba magisterio y tú, maestra de los maestros, movilizabas en el interior de nuestras mentes y nuestros corazones que la manera de educar a las niñas y a los niños era lo más importante.

No te creía por lo que nos decías, sino por cómo eras, por tu manera de ser y por la manera de inspirarnos, por tu coherencia entre lo que decías y hacías, por cómo nos tratabas, por tu sensibilidad, por tu creatividad, por tu inteligencia, por tus argumentos inusuales aunque pertinentes, por tu buen humor, por tu inventiva y por tu divergencia.

Me asombra tu cultura, tu conocimiento del mundo y del funcionamiento de la vida. Me llama la atención que cuando insinuaba lo que hacías y por qué lo hacías o por qué no publicabas, por ejemplo, tus excelentes enseñanzas, me hablabas de que lo que hacías era como el grano de mostaza.

Luego averigüe que se trataba de la parábola «Un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto y un árbol más alto y vienen los pájaros a anidar en sus ramas».

La semilla que sembraste, se hizo grande

La pequeña semilla que sembraste en mí ha hecho que creciera, que me hiciera grande, y que muchos maestros de todo el mundo luego me siguieran, y aplicaran en sus aulas las claves del aprendizaje: tuyos son en mí el trabajo abierto, la base para dar una adecuada respuesta a la variedad y diversidad de alumnos, la relación del aprendizaje con el medio y la creatividad, lo que ha dado lugar a múltiples experiencias de aprendizaje significativo en las aulas.

Tengo que confesarte un secreto: muchas veces llegaba a mi casa enfadado por tus respuestas, no me cabían en la cabeza, y mis amigos me decían «déjala, no le hagas caso, no sé cómo aguantas». Sistemáticamente a los dos días conseguía ver que tenías toda la razón en lo que me decías y en cómo actuabas, era entonces cuando veía un rayo de luz en tus argumentos que me hacían crecer exponencialmente y me permitían ver más allá de la tapia. Mis logros se levantan sobre tu magisterio.

Como profesora de la Universidad siempre diste tu prioridad máxima a que tus alumnos aprendieran, a la docencia, a su aprendizaje, a las tutorías; nunca te importó engrosar tu propio currículum vitae para tener más prestigio personal; por esto eres una maestra excelente, genial, estelar, y por esto tu esfuerzo en los estudiantes ha repercutido en nosotros y en nuestros alumnos durante muchos años, nunca fuiste egoísta y siempre altruista.

Gracias infinitas

Una de las cosas más importantes en la vida es haber tenido buenos maestros y profesores, como en esta fotografía, son los postes que tejen una red para ayudarnos, darnos luz y guía en el camino, como tú me decías «a los buenos maestros, los alumnos no los olvidarán nunca». Por esto pienso que todos debemos un respeto sagrado a aquellos que han dedicado su vida al estudio para facilitar el conocimiento a los niños y a los jóvenes.

Por esto, estimada María Jesús Castro Valdomar, mi maestra, no te olvidaré nunca, gracias infinitas por ser tan generosa y darme tanto.

Como dijo Elena Poniatowska, escritora, activista y periodista mexicana en relación con la importancia de las maestras y los maestros: «Los profesores se desprenden de cuanto tienen y de cuanto saben, porque su misión es esa: dar».