Una vez empezado el curso, los profesores tenemos que enseñar a Juan -mejor dicho- crear a Juan las condiciones para que aprenda. Lo primero de todo que necesitamos para enseñar a Juan es conocerlo. ¿Cómo lo podemos hacer?  Pues hablando con él, conociendo sus gustos, sus inquietudes, el medio en el que vive, sus preferencias y por supuesto sus fortalezas y dificultades académicas.

Estos primeros quince días de curso los profesores, además de comunicar e insistir a todos los estudiantes en las normas, hacemos la evaluación inicial para conocer lo que sabe y qué tiene que aprender cada niña y cada niño. Con una prueba de una hora podemos saber veinte minutos después mucho sobre cada niño, por ejemplo su letra, su ortografía, riqueza de vocabulario, cálculo matemático y con otra prueba más por ejemplo su originalidad y capacidad creativa o su uso de las nuevas tecnologías.

La evaluación inicial como todas las evaluaciones debe dar mucha información objetiva al profesor sin desgaste y exceso de correcciones. Es mejor tener pocas notas objetivas que muchas subjetivas, es mejor dedicar el tiempo a que los estudiantes aprendan que a poner muchas notas y exceso de pruebas y exámenes ya que aunque hagamos muchas pruebas o pocas la nota media normalmente es la misma y no mejorará por hacer más pruebas. Si dedicamos el tiempo a que los niños y las niñas aprendan las pruebas mejorarán, serán muchísimo más fáciles de corregir y las revisaremos con mucho menos tiempo.

En la práctica docente, mediante la evaluación, el profesorado pretende saber si el alumnado ha interiorizado y conectado el conocimiento que se ha trabajado. Por ello, lo más eficaz es preparar pruebas que sean objetivas, fiables y eficaces. Queremos que estas pruebas nos indiquen con exactitud el grado alcanzado por el alumnado en el proceso de aprendizaje.

La utilidad de la evaluación reside en valorar el proceso de enseñanza y aprendizaje, la adquisición del conocimiento del alumnado y la eficacia del docente. La evaluación del conocimiento es el proceso de obtención de información para formular juicios que permitan tomar decisiones. La evaluación debe ser de contenidos, de procedimientos y de actitudes. Pode­mos decir que debe ser inicial, para detectar los conceptos previos; formativa — durante el proceso de aprendizaje— para poder orientarlo, y «sumativa» o final, para constatar el aprendizaje. Hay que diferenciar entre evaluar y calificar.

Creemos que el profesorado tiene que pasar más tiempo en el proceso de enseñanza y aprendizaje que evaluando. Por eso, la evaluación, en la práctica docente, debe ser objetiva, fiable, eficaz y de fácil corrección. Las técnicas más complejas de evaluación — como los test— son de difícil confección objetiva. Estas técnicas están destinadas, mayormente, a los organismos evaluadores o equipos evaluadores externos. Conviene recor­dar que para alcanzar la evaluación positiva de toda la clase es necesario llegar hasta la variable del mapa conceptual y aplicar la oportuna adaptación curricular.

Evaluación sumativa

A continuación, proponemos algunos ejemplos de ejercicios de evaluación sumativa que nos han dado buenos resultados y con los que se puede constatar el aprendizaje significativo:

  1. Definición de conceptos: podemos decir que el alumna­do que memoriza conceptos puede no haberlos interiorizado realmente. Por ello, es más eficaz que los alumnos y las alumnas definan los conceptos con sus propias palabras. El truco es expresarlos como si los fueran a explicar a otra persona. Es decir, que respondan qué entienden ellos de cada concepto. De esta manera, pode­mos constatar realmente si los han aprendido o no. Podemos preguntar algunos conceptos fáciles, otros que sean de me­diana dificultad y otros que sean más difíciles para conocer el nivel de cada estudiante. Ejemplo: define pentagrama, notas, silencio, líneas adicionales, intervalos, etc.
  2. Preguntas abiertas: podemos pedir al alumnado que escriba todo lo que sepa sobre un tema o apartado determi­nado. Las líneas escritas por el alumnado servirán para ver la estructura de la información que tiene y cómo la relaciona. Este tipo de actividad reporta muchas ventajas para conocer lo que el alumnado sabe. Ejemplo: escribe lo que sepas sobre…
  3. Confección de mapas conceptuales: pueden usarse como herramienta de evaluación después de haber enseñado al alumnado la técnica para realizarlos. Pidiendo al alumnado que confeccione un mapa conceptual de un tema o aspecto determinado, comprobaremos de qué modo jerarquiza, dife­rencia y relaciona los conceptos. Su corrección es muy rápida y tiene un alto grado de eficacia. Ejemplo: haz un mapa con­ceptual de…
  4. Situaciones de transferencia: Consisten en poner al alum­nado en una situación diferente de la trabajada en clase pero del mismo tema que la experiencia de aprendizaje. El objetivo es comprobar si puede aplicar lo aprendido en otra situación diferente, com­probar el aprendizaje realizado y saber si este es significativo. Se considera un buen contexto si emula las experiencias rea­les de la vida cotidiana de los alumnos y las alumnas —vida personal, vida escolar, trabajo, ocio…—. Ejemplos: resuelve un caso; comenta una noticia del diario; explica, por escrito, una fotografía; resuelve un problema práctico.
  5. Carpetas de aprendizaje: carpeta que, en forma de documentos estructurados —escritos, imágenes, reflexiones, artículos, textos, mapas conceptuales, síntesis…—, muestra las capacidades, conocimientos y experiencias de aprendizaje. Está gestionada y revisada por el profesor —o la profeso­ra— a modo de tutor y contiene materiales del trabajo que ha elaborado el alumno —o la alumna— para mostrar su progreso. La carpeta de aprendizaje es una manera atractiva de mostrar el avance del alumnado en la que éste toma una responsabilidad activa en su proceso de aprendizaje. Además, hace que el alumnado comprenda y aprenda con autonomía. Para que funcione, es imprescindible el seguimiento —prefe­rentemente, quincenal— del profesorado en forma de tutoría. Es muy eficaz, ya que facilita la reflexión y la aplicación de los conocimientos.
  6. Explicación oral: las pruebas objetivas orales están indicadas cuando evaluamos al alumnado de necesidades educativas específicas, como, por ejemplo, estudiantes con dislexia, disgrafía, que tiene dificultades de aprendizaje o presentan problemas físicos para realizar pruebas escritas. En las pruebas orales, es conveniente tomar nota o solicitar permiso para grabar lo que dice el alumno —o alumna— a fin de tener un registro de sus explicaciones. También podemos guiar las explicaciones del alumnado con preguntas abiertas o semiabiertas para comprobar si domina las relaciones entre los conceptos y si sabe extrapolar lo que ha aprendido a situa­ciones de la vida real.
  7. Autoevaluación: la autoevaluación es un elemento complementario a las actividades de evaluación. Tiene el valor de informarnos de cómo ve el alumnado el trabajo que hace él mismo y de cómo ve el profesorado su labor docente. La coevaluación —evaluación entre iguales— y las rúbricas son muy útiles y responsabilizan al alumnado de cara a centrarse en el aprendizaje. Los cuestionarios de autoevaluación más eficaces y que se responden con más sinceridad son aquellos que no se recogen. Desde el momento en el que el profesor o la profesora tienen constancia de la autoevaluación del alumno o la alumna, aparece el componente de la subjetividad; sobre todo, cuando esta autoevaluación tiene un valor directo en las calificaciones.
  8. Cuestionarios de opinión: los cuestionarios de opinión son un recurso muy útil, aunque no son un elemento de eva­luación objetiva per se; reflejan la tendencia de la valoración —sea positiva o negativa—, por ejemplo, de la implicación del alumnado, la eficacia del profesorado o de la actividad docente. No se pueden usar como herramienta de evaluación objetiva única, ya que, en ocasiones, las opiniones —tanto del alumnado como del profesorado— son subjetivas, por lo que es conveniente contrastar los resultados de este tipo de eva­luación y complementarlos con otros elementos de evaluación objetiva.
  9. Comprobación del aprendizaje de procedimientos: son preguntas que sirven para constatar si el alumnado «sabe ha­cer» y localizar dónde comete los errores para mejorar detalles en su enseñanza y su aprendizaje. Son de elevada utilidad y de fácil corrección. Es útil corregir en gran grupo, después de concienciar al alumnado sobre la necesidad de mejorar, mediante ejemplos de procedimientos pasados. Por ejemplo, en una transparencia para mejorar la técnica en su confección. Ejemplos: haz un comentario de texto; completa un mapa; haz una gráfica; etc.
  10. Evaluación de actitudes: la evaluación de actitudes en for­ma de hojas de registro u observación de actitud, contribuyen de manera eficaz a que el alumnado sepa, en cada momento, cómo evoluciona su actitud y, aunque parezca lo contrario, no suponen un esfuerzo añadido al trabajo del profesorado, sino que son una herramienta más que se puede completar con la labor de reconducción desde la tutoría. Lo más eficaz para el profesorado es anticiparse a las dificultades derivadas de la indisciplina llevando a la práctica el aprendizaje significati­vo, y cuando, ocasionalmente, se produzca algún problema, reconducir la situación utilizando el conflicto para enseñar mediante el diálogo educativo y la tutoría. Ejemplo: Frases de registro u observación: el/la alumno/a cuida el material; el/ la alumno/a es puntual; etc. (Método Ballester, pág. 198-202)